La fragilidad es definida por la Real Academia Española de la lengua como "la cualidad de ser débil, que puede deteriorarse con facilidad". Sin embargo, en el área de la Medicina este concepto ha adquirido un significado mucho más relevante. Nos encontramos en una sociedad cada vez más envejecida, con un mayor número de patologías por las que son necesarios en ocasiones multitud de fármacos. En este contexto, definir una condición de vulnerabilidad en la que el ser humano está en riesgo de sufrir eventos adversos se encuentra totalmente justificada.
¿Qué es la fragilidad?
La fragilidad en el ámbito médico es el concepto que se refiere al declive que sufre el organismo en las últimas etapas de la vida, marcado por la presencia de múltiples patologías intercurrentes y una menor capacidad para defenderse frente a ellas. Las personas "frágiles" tienen un mayor riesgo de sufrir eventos adversos como caídas, fracturas, pérdida progresiva de independencia para las actividades básicas, incontinencia y, finalmente, conduce al fallecimiento. Es importante recalcar que la fragilidad no es sinónimo de edad avanzada: si bien es cierto que en muchas ocasiones son dos características que se encuentran ligadas, factores como la actividad física y una dieta adecuada marcan importantes diferencias al comparar a dos personas que se encuentran en la misma etapa cronológica de la vida.
Es papel del médico de atención primaria realizar un seguimiento estricto de cada paciente e identificar las condiciones que puedan indicar un mayor riesgo de fragilidad en todos ellos. Según estadísticas recientes, del 4 al 16% de la población estadounidense por encima de los 65 años es considerada como vulnerable, y hasta el 43% de aquellos que padecen procesos oncológicos. No obstante, existen otros factores que aumentan la prevalencia de la fragilidad, como el bajo nivel educativo, ser fumador activo o la discapacidad intelectual.
¿Por qué es importante su detección precoz?
La importancia de detectar la presencia de fragilidad en una persona radica en la posibilidad de prevenir eventos fatales y mejorar la calidad de vida de la misma. Para ello, existen escalas empleadas por el personal sanitario capaces incluso de identificar lo que se conoce como "situación de prefragilidad", refiriéndose al estado inmediatamente anterior a la condición de frágil. Con simples cuestiones se puede identificar a un individuo en riesgo, preguntándole sobre la presencia de fatiga en su día a día, su capacidad para desplazarse, las enfermedades que padece y controlando la pérdida de peso. Además, la pérdida de músculo esquelético o sarcopenia es un componente fisiológico muy indicativo de este síndrome.
¿Cuáles son los factores que condicionan fragilidad?
Como comentábamos anteriormente, la edad avanzada no es sinónimo de fragilidad, y no debe presuponerse que toda sintomatología referida por un paciente anciano es atribuible al paso de los años. Existen una gran cantidad de patologías que pueden simular que una persona está en proceso de convertirse en vulnerable, y es necesario distinguirlas y, en caso de ser posible, tratarlas.
Un ejemplo frecuente son los déficits nutricionales, que pueden llevar a la persona a encontrarse más cansada, simulando una pérdida de independencia para la realización de las actividades básicas de la vida diaria. Otra condición frecuente es la infección de orina: en el paciente joven, esta enfermedad se manifiesta con síntomas miccionales, tales como la sensación de dolor o escozor al orinar, la dificultad para iniciar la micción o la sensación de vaciado incompleto. No obstante, en los pacientes de edad avanzada la patología da la cara desorientándolos, haciéndolos incapaces de recordar aspectos básicos de su vida y alterando su comportamiento de una forma de rápida instauración.
Otra condición de gran importancia, ya no solo por sus propias implicaciones, sino también por su frecuente asociación a la fragilidad es la depresión. Al aumentar la edad, la frecuencia con la que el ánimo depresivo se manifiesta está relacionada de una forma muy evidente. En la sociedad en la que nos encontramos, el paciente con edad avanzada se encuentra más fácilmente en riesgo de depresión, ya que la inactividad, la presencia de limitaciones físicas y cognitivas, y en ocasiones, el fallecimiento de su pareja sentimental hace que el estado del humor se vea afectado. Además, en un entorno donde cada vez es más difícil hacerse cargo de los familiares ancianos y prestarles los cuidados necesarios también fomenta que el humano se encuentre basalmente más triste. Esta condición no solamente es vivida como trágica por los pacientes, sino que también por el entorno que los rodea y es parte importante del síndrome de fragilidad.
¿Cómo podemos enfrentarnos a ella?
La forma de combatir esta condición de vulnerabilidad en la etapa final de la vida no es tarea fácil, sino que requiere de una exhaustiva intervención en una serie de aspectos de la vida del individuo. En primer lugar, la importancia del ejercicio físico ha sido ampliamente documentada en la literatura científica. Los beneficios de la actividad física diaria incluyen una mejoría en la movilidad, una mayor capacidad de resolución de las actividades básicas, aumento de apetito, disminución del número de caídas y una mayor sensación de bienestar.
Asimismo, se ha probado la importancia de intentar mantener la independencia del paciente hasta donde sea posible, fomentando actividades como pasear, hacer la compra o manejar su propio dinero. Como se mencionó con anterioridad, una adecuada dieta con todas las necesidades nutricionales cubiertas proporcionan mayor energía para la realización de los quehaceres diarios. Y finalmente, en un prototipo de persona esencialmente anciana, la cantidad de fármacos diarios es en la mayoría de las ocasiones desmesurada, siendo necesaria una continua supervisión del tratamiento prescrito por parte de su médico de atención primaria.
Por otro lado, un aspecto de crucial importancia es la situación social en la que el individuo se encuentra inmerso. Conforme la edad va aumentando, es más frecuente la reclusión en el propio domicilio, mayormente por encontrar en él una mayor seguridad y comodidad. Esta situación es contraproducente para el ser humano, no solo por la reducción de la movilidad con las consecuencias que ello acarrea, sino también por la pérdida de contacto con el entorno que experimenta, haciéndolo más proclive a la desorientación y a la pérdida de interés por aspectos importantes como la alimentación y el aseo personal.
Sin embargo, a pesar de seguir todas y cada una de las medidas anteriormente descritas, no se puede detener el paso del tiempo, y consecuentemente, es imposible frenar el deterioro del organismo con la edad y la presencia de múltiples patologías degenerativas al ir pasando el tiempo. Es en este panorama las guías médicas se pronuncian recomendando velar por el confort del paciente y evitar todas aquellas intervenciones que le proporcionen una sensación de sufrimiento innecesario o moralmente excesivo en relación con el contexto.
En definitiva, la fragilidad es un síndrome médico que ha cobrado una gran importancia en el ámbito sanitario. Su correcta identificación es en ocasiones dificultosa, pero existen una serie de signos que pueden orientar hacia una posible progresión hacia la vulnerabilidad. Un adecuado cuidado y un cercano control por parte de los familiares y profesionales de salud es requerido para realizar un óptimo manejo de esta situación que es intensamente vivida no solo por quienes la sufren, sino también por las personas que se encuentran formando parte de su entorno. Es por ello que es importante realizar una correcta integración de las perspectivas física, psicológica y social del paciente para un adecuado manejo en cada una de las diferentes fases y apostar por una adecuada calidad de vida en cada una de ellas.